El refugio de los pueblos indígenas aislados
Un artículo de Joanna Eede, editora y consejera de Survival International, el movimiento global por los derechos de los pueblos indígenas._
“En la selva, vemos con nuestros oídos”, dice José Carlos Meirelles, experto en los últimos pueblos indígenas no contactados de Brasil. Durante sus recientes expediciones a la recóndita selva del estado de Acre, indígenas contactados le contaron que los aislados imitan a diferentes animales para expresar sus emociones: al cerdo salvaje cuando están asustados, al ave de macucau para hacer saber que están cerca, al jaguar cuando están enfadados.
En ocasiones se denomina al estado de Acre como el Fin de Occidente o el Fin de Brasil. Yace en el límite occidental de Brasil, junto a la frontera con Perú. Considerada como una región de gran diversidad biológica y cultural, en los últimos años ha sido explotada por sus árboles de frutos secos y de caucho. A finales del siglo XIX la zona fue invadida por los caucheros. El estado también desempeñó un papel significativo durante la Segunda Guerra Mundial cuando el caucho de calidad procedente de sus árboles se destinó a la producción de látex para los aliados.
El estado de Acre es también el hogar de algunos de los últimos pueblos indígenas no contactados del mundo: se piensa que unas 600 personas pertenecientes a, al menos, cuatro grupos diferentes, viven en lo profundo de su selva tropical. Survival International, el movimiento global por la defensa de los derechos de los pueblos indígenas y tribales, define a los indígenas aislados como pueblos que no mantienen un contacto pacífico con ninguna persona de la sociedad mayoritaria o dominante. Son extremadamente susceptibles a las enfermedades que transmiten los foráneos, como el sarampión y el resfriado común. En definitiva son, posiblemente, algunas de las personas más vulnerables del planeta.
La existencia de tribus no contactadas ha sido negada a lo largo de los años por muchos con intereses creados, a pesar de la enorme cantidad de evidencias que se han recopilado. Un funcionario de Perú los comparaba con el monstruo del Lago Ness de Escocia. En el año 2007, Alan García, el entonces presidente de Perú, declaró que los indígenas aislados mashco-piros eran creaciones de los “medioambientalistas” que se oponían a las exploraciones petrolíferas. Y cuando el Departamento de Asuntos Indígenas del Gobierno brasileño, FUNAI, difundió un vídeo de los nómadas kawahivas en agosto de 2013, concejales de la localidad les acusaron de “poner” allí a la tribu para evitar que los lugareños explotaran la selva.
Que los pueblos indígenas no contactados existan en el siglo XXI puede resultar sorprendente, pero es un hecho irrefutable. Sin embargo, hasta hace poco, no se sabía apenas nada del día a día de estas personas en el estado de Acre. Los expertos tenían constancia de que se movían por la selva en diferentes momentos del año. También estaba ampliamente aceptado que la decisión de permanecer aislados era una estrategia de supervivencia, que surgió a raíz de previos o actuales encuentros devastadores con colonos, madereros, ganaderos y otros intrusos que amenazaban y siguen poniendo en riesgo su existencia. Probablemente, muchos de los indígenas aislados del estado de Acre son descendientes de los pocos supervivientes de la fiebre del caucho que aniquiló al 90% de la población indígena como consecuencia de la catastrófica oleada de esclavitud, enfermedad y masacres que desató.
Se piensa que esta experiencia tan traumática todavía se mantiene viva en su memoria colectiva, de modo que permanecer aislados, algunas veces en un estado de huida constante, es una muestra de sentido común: se trata, ni más ni menos, de la mejor fórmula para permanecer con vida. “Cuando las tribus no contactadas eligen permanecer aisladas tendrán muy buenas razones para ello”, dice Fiona Watson, directora de investigaciones de Survival International. De las conversaciones con pueblos indígenas recientemente contactados se ha podido conocer información acerca de lo que saben del mundo exterior. “Siempre veíamos avionetas, pero no sabíamos que eran útiles para los conjñones [los blancos]”, explicaba Parojnai, un indígena ayoreo de Paraguay después de haber sido contactado. “Cuando veíamos esos grandes aviones soltando humo por detrás, pensábamos que eran estrellas”. Pero todo lo demás sobre sus vidas, su lengua, sus hogares, sus costumbres diarias, estructuras políticas, tecnologías, cómo crían a sus niños, sus deseos (y lo que comprenden sobre los mundos que están más allá del suyo), son meras especulaciones.
No obstante, en 2010 FUNAI difundió una fotografía asombrosa. Era la imagen de una comunidad no contactada del estado de Acre, junto con la que se pensó que era la primera grabación de la comunidad. Obtenidas desde una avioneta, mostraban a un hombre indígena junto a varios niños en un claro de árboles kapoks junto a las cabeceras del río Envira. Miraba hacia la avioneta con una larga flecha de madera en una mano y su cuerpo pintado de rojo, posiblemente con el tinte que se obtiene al machacar las semillas del annatto o achiote.
Survival International publicó las imágenes: probar su existencia ayudaría a proteger sus vidas. “Las empresas que intentan adquirir territorios indígenas a menudo niegan la existencia de las tribus con el objetivo de justificar el robo de sus tierras”, explica Stephen Corry, director de Survival.
Miles de personas de todo el mundo vieron inmediatamente las imágenes por Internet. Desde entonces, Survival estima que millones de personas las han visto y que han provocado una oleada de apoyo global a los pueblos indígenas aislados que supera lo que Survival había conocido hasta la fecha. Dos días después de su publicación, el ministro de Asuntos Exteriores de Perú anunció que el país trabajaría junto a las autoridades brasileñas para detener la entrada de madereros ilegales en el territorio de los indígenas aislados junto al borde fronterizo que discurre entre ambos países. Constituyó a los ojos del experto José Carlos Meirelles un testimonio de que “una imagen suya tiene mayor impacto que mil informes”.
Ahora, más de tres años después, Meirelles revela información adicional sobre las comunidades aisladas de la Amazonia occidental. Su investigación, desarrollada durante largas expediciones en la selva tropical, ha revelado que se ha producido un “significativo incremento” del número de indígenas aislados en el estado de Acre. A priori, esto podrían parecer buenas noticias. Pero las razones de este crecimiento son en parte siniestras: muchos de los indígenas aislados habrían caminado largas distancias, incluso superiores a los 500 km, huyendo de la tala que devasta la selva amazónica peruana. Las consecuencias de este aumento en el número de habitantes de la región son asimismo preocupantes. “El desplazamiento de indígenas de Perú significa que parte de la tierra que los no contactados ocupan ahora está fuera de territorio indígena”, dice Fiona Watson, “lo que significa que los indígenas aislados son vulnerables a conflictos con los no-indígenas”. Al adentrarse en territorio de indígenas aislados de Brasil, también estarían compitiendo por los recursos y podrían crecer las tensiones.
El equipo de investigación de Meirelles, compuesto por indígenas, miembros de FUNAI y destacados antropólogos, se aventuró a una de las zonas más extremadamente remotas del estado de Acre conocida como las cabeceras del río Envira, que Meirelles describe como el comienzo de “las grietas de la cadena montañosa de los Andes”. La región del afluente del río Juruá es un hermoso paraje de arroyos y cascadas; un millar de pequeños riachuelos discurren entre las tierras altas. Es también una zona de extraordinaria biodiversidad: tapires, gamos, cerdos salvajes, pumas, jaguares de manchas y el amenazado mono sakí barbudo comparten esta tierra con los indígenas no contactados. También hay miles de insectos. “En cada viaje encuentro a un invertebrado que nunca antes había visto”, dice Meirelles, añadiendo que algunos son comestibles.
El equipo de Meirelles encontró huellas, campamentos temporales, refugios, restos de comida, cestos, flechas, huesos de animales, caparazones de tortugas, restos de hogueras y huertos de mandioca (o yuca), palmeras de bananas y papaya: pruebas reveladoras de la presencia de indígenas aislados. Los avistamientos por parte de indígenas ya contactados en la zona han aumentado de forma alarmante; miembros de estas tribus han escuchado a indígenas aislados imitando a pájaros y monos en lo profundo de la selva. También se han incrementado las redadas en casas de caucheros.
El método de Meirelles consiste en seguir la pista de los indígenas aislados durante días, “hasta que sabemos que están cerca. Entonces regresamos”, dice. “Las flechas hacen daño”. Survival lleva tiempo advirtiendo sobre los peligros de contactar con estos grupos en aislamiento voluntario. No solo hay riesgo de violencia, sino que además la enfermedad se puede propagar con rapidez y aniquilar a poblaciones enteras tras un contacto. Adicionalmente, cuando los grupos no contactados de diferentes territorios se encuentran con otra tribu, se suele producir un conflicto. “Algunas veces los pueblos indígenas aislados reaccionan agresivamente para defender su territorio, o dejan señales en la selva advirtiendo a los foráneos que se mantengan alejados”, explica Fiona Watson.
En la ruta, el equipo encuentra restos de alimentos que han comido los indígenas no contactados: pescado, cáscaras de banana, mandioca (o yuca) y cáscaras de cacahuete. Hallar huellas humanas es, desde luego, todo un regalo. “Es fácil encontrar las diferencias entre las huellas de los hombres y de las mujeres”, dice Meirelles. “Las de los niños son más complicadas. Los niños tienen los pies más largos y duros, mientras que los pies de las niñas son más delicados”. El equipo ha constatado que el aumento de tribus no contactadas en la región de Envira ha ocurrido con los “humaitas” y los “xinanes”, cuyos nombres denotan epónimos de los ríos que surcan sus tierras, y los “mashco-piros”.
Los “xinanes” podrían haber huido desde la reserva Murunahua en Perú, donde los madereros ilegales y los cultivadores de la planta de la coca están invadiendo su tierra. Recogieron del campo base de FUNAI semillas de maíz y bananas de los árboles, lo que podría indicar que tuvieron que salir huyendo con rapidez de su tierra en Perú. También se piensa que los indígenas aislados que se aproximaron a la comunidad asháninka de Simpatia en Brasil en la segunda semana de junio de 2014 pertenecían a esta tribu. Se acercaron mucho a los asháninkas, de cuya comunidad se llevaron cazuelas, sartenes y ropa.
Los “humaitas” son horticultores que plantan mandioca, banana y maíz, y otros indígenas los conocen como “el pueblo de Embira” por las bandas que llevan alrededor de su cintura hechas de la fibra del árbol de Embira. Se piensa que podrían haber caminado unos 100 km desde sus comunidades en Perú. Pero son los aislados mashco-piros los que podrían haber recorrido una mayor distancia huyendo de la destrucción de sus tierras y de la muerte en potencia de sus familiares: vienen de las cabeceras del río Madeira en Perú, ubicadas a 500 km.
En Brasil hay otros muchos pueblos indígenas sin contactar. Como resultado de las expediciones aéreas y territoriales, el Gobierno brasileño ha identificado hasta la fecha a 77 tribus no contactadas. Una de ellas, en Rondônia, cuenta únicamente con un superviviente al que se conoce como “el Último de su Tribu”, que evita cualquier intento de contacto. Otros, como la tribu kawahiva, cuentan solo con unas pocas decenas de integrantes. Se piensa que han dejado de procrear como consecuencia de una vida en constante huida para alejarse de los madereros y otros intrusos. Los indígenas aislados awás, una de las tribus más amenazadas de la Tierra, cazan monos y otros animales por la noche para poder permanecer así ocultos.
En todo el mundo el número de pueblos indígenas aislados supera el centenar. Se piensa que hay aproximadamente quince grupos junto a la frontera entre Brasil y Perú, y unos pocos más en Ecuador, Bolivia y Colombia. La única tribu no contactada en América del Sur que vive fuera de la cuenca amazónica es la de los ayoreo-totobiegosodes, que viven de la caza en una isla del árido bosque del Chaco paraguayo en rápida desaparición. Se piensa que los sentineleses de las islas Andamán, en el océano Índico, son descendientes de las primeras migraciones de hombres que salieron fuera de África y podrían llevar viviendo en su isla desde hace 55.000 años. También se cree que hay pueblos indígenas aislados en Papúa Occidental, pero existen pocas evidencias al respecto debido en gran parte a que el Gobierno de Indonesia prohíbe que se viaje a esta mitad de Nueva Guinea que fue ocupada por la fuerza en 1969.
Todos ellos son extremadamente vulnerables a las enfermedades que transmiten los foráneos, puesto que no han desarrollado inmunidad frente a virus como la gripe, el sarampión y la varicela a las que otras sociedades han estado expuestas durante cientos de años. Y todos ellos tienen derecho a sus tierras, según el derecho internacional y nacional.
Hay una enorme disparidad, sin embargo, entre lo que legalmente corresponde a los pueblos indígenas no contactados y las injusticias a las que han sido sometidos. Debido a que eligen, o son forzados a, vivir en aislamiento en torno a ellos giran multitud de falsas creencias: como por ejemplo, que son tribus “perdidas” (lo que se traduce en mero sensacionalismo), que son “atrasados” por su aparente desnudez o de la “Edad de Piedra” por su carencia de posesiones materiales (son este tipo de ideas las arcaicas, no ellos) o que han intentado infructuosamente mantener el ritmo al que marcha el mundo “moderno”. Estos arrogantes prejuicios presuponen que las sociedades occidentales e industrializadas son la cima de las aspiraciones humanas y que otras culturas se esfuerzan por alcanzarla.
El hecho que de permanezcan aislados no significa que no hayan sido “descubiertos” o que se hayan mantenido “inalterados”. “La mayoría son ya conocidos y, aunque permanezcan en aislamiento, todos se adaptan continuamente a las circunstancias cambiantes”, explica Stephen Corry. “Todos los pueblos cambian todo el tiempo y siempre lo han hecho”. Asimismo, que carezcan de tecnología “industrializada”, bienes materiales o educación formal no les convierte en “atrasados”. Merece la pena insistir en que este tipo de pensamiento ha estado expuesto durante décadas para justificar el asesinato o robo de sus tierras y recursos.
Es más, muy al contrario de lo que se piensa, los pueblos indígenas poseen un acervo de conocimiento inmenso y único sobre sus ecosistemas que han ido acumulando a lo largo de los siglos, por lo que suelen ser sus mejores conservacionistas. Existen pruebas que así lo demuestran: no es coincidencia que el 80% de los lugares con mayor riqueza biológica del planeta se encuentren en tierras que las comunidades indígenas han habitado durante milenios. Los territorios indígenas abarcan cinco veces más de la cuenca del Amazonas que otras áreas protegidas y son la principal barrera contra la deforestación en la región. “Sus vidas están entrelazadas con el medioambiente y suelen cuidar de él mucho mejor que Occidente”, afirma Corry. Meirelles lo comparte: "Los pueblos indígenas no contactados han demostrado que saben vivir de un modo sostenible. Ayudan a este planeta aún sin saberlo siquiera ".
Sin embargo, para las comunidades no contactadas del río Envira se avecinan graves peligros. En 2011, traficantes de drogas y madereros ilegales ocuparon un puesto de la FUNAI que monitoreaba el territorio. El Congreso de Brasil debate una serie de polémicos proyectos de ley y enmiendas constitucionales que debilitarían drásticamente el control de los pueblos indígenas sobre sus tierras. Ambos están siendo promovidos por el poderoso lobby ruralista de Brasil, entre el que se encuentran políticos que poseen haciendas ganaderas en territorio indígena.
Una cosa es segura: su futuro depende de la protección de sus tierras, lo que les da la posibilidad de decidir por sí mismos cuánta interacción desean con otros. Si esto sucede, podrán prosperar. Stephen Corry dice que depende de Occidente que esto ocurra. “La desaparición de los últimos indígenas no contactados está en nuestras manos y es uno de los mayores desafíos humanitarios del siglo”, asegura. Meirelles se hace eco de las palabras de Corry y dice que la continuidad de su existencia depende de “nuestra conciencia”.
Hasta el momento la conciencia colectiva ha demostrado ser fuerte. Desde que se publicaron las imágenes aéreas en 2011, 135.000 personas han firmado la petición de apoyo a las tribus no contactadas de Brasil que Survival tiene en su página web y muchos han escrito a los presidentes de Perú y Brasil manifestando su preocupación por las amenazas a las que se enfrentan los indígenas aislados. Cartas de simpatizantes de Survival ya habían pedido a los gobiernos rendición de cuentas. “Las políticas han cambiado y se han salvado vidas”, dice Corry. “Es una prueba concreta de que una oleada de apoyo es la forma más eficaz, y puede que la única, de garantizar la supervivencia de los pueblos indígenas aislados”.
A pesar de la creciente homogeneidad del mundo, el número de simpatizantes de los indígenas aislados habla alto y claro sobre el reconocimiento general de los derechos de los pueblos indígenas a vivir del modo en que ellos elijan, y sobre la diversidad humana. “El mundo necesita diversidad humana tanto como necesita de biodiversidad”, dice Stephen Corry. “No nos podemos permitir la pérdida de sociedades únicas y vibrantes”.
Las comunidades no contactadas de las cabeceras del río Envira necesitan apoyo. Y nosotros las necesitamos a ellas, porque nos demuestran que otros modos diversos de vida son posibles. Contra todos los pronósticos han sobrevivido y su conocimiento, adaptabilidad, inventiva e ingenuidad son solo algunas de las muchas expresiones sobre lo que significa ser humano. Si se nos despoja de las comodidades y pilares de la vida urbanita, los indígenas aislados nos muestran que la humanidad sigue siendo una parte muy importante de la naturaleza, no separada de ella, y que ignoramos esto a nuestro propio riesgo. “Pienso que estamos perdiendo una oportunidad de aprender de los indígenas”, dice Meirelles. “Tienen muchas cosas que enseñarnos”.
Saben lo que es mejor para ellos y para sus hijos. A menos y hasta que decidan establecer contacto, se les debe dejar que vivan en paz.