Indígenas no contactados: contacto, respeto y aislamiento
Durante años, Sydney Possuelo trabajó como un sertanista del Gobierno brasileño, buscando el contacto con los indígenas aislados. Lo que descubrió lo llevó a luchas por sus derechos territoriales y al aislamiento voluntario.
Me acuerdo muy bien de mi primer encuentro con indígenas aislados.
Era 1971 y nuestra misión consistía en trasladar a los indígenas jaboti y makurap, esclavizados por los caucheros en lo más profundo del Amazonas. Viajamos siguiendo el río Branco hasta donde era navegable, y luego continuamos a pie por senderos hasta que, de repente, los indígenas que me acompañaban se negaron a continuar. Habían encontrado indicios de la existencia de los invisibles “brabos”. A nuestro alrededor había cabañas, refugios, esterillass, restos de hogueras, puntas de flecha, árboles marcados, trampas para animales.
Eran señales de una vida que yo reconocía, prácticas sobre las que había aprendido durante los años en los que viví con los pueblos xingú de Brasil. Pero algo nuevo me llamó la atención: afiladas estacas de bambú clavadas en el suelo. Varias estacas, camufladas con hojas: armas peligrosas para los incautos. Eran indicios de un pueblo que se resistía ferozmente a los avances de nuestra sociedad. Estaban luchando para conservar la tierra que siempre había sido su hogar.
Durante la década de los 70, los gobiernos militares de Brasil comenzaron a desarrollar una red de carreteras que atravesaría el Amazonas y destruiría los territorios de los indígenas. Hasta entonces, la zona se había considerado desocupada, vacía. El Gobierno contrató a muchos sertanistas para que establecieran contacto con los indígenas que entorpecían el avance de la carretera. Yo era uno de ellos, y me enviaron a explorar zonas de selva prácticamente desconocidas y liderar expediciones con el objetivo de “pacificar” a los indígenas aislados. Durante los años siguientes, permanecí junto a los indígenas mientras luchaban contra las presas hidroeléctricas y hacían campaña contra las prospecciones petroleras, todo en señal de protesta contra la usurpación de sus tierras. Aprendí a curar a los indígenas que resultaban heridos de gravedad en estos conflictos. Descubrí lo que significaba el sarampión para los indígenas recientemente contactados: la aniquilación de su pueblo. Y fui testigo de cómo los indígenas perdían su identidad, sus lenguas y su tierra.
Comencé a darme cuenta de que el contacto con el mundo exterior no era beneficioso para los indígenas aislados. Comencé a preguntarme: ¿qué tipo de situación estamos creando? En ese momento, creía realmente que lo que decíamos era: “¡venid y compartid con nosotros un mundo que es tecnológicamente más avanzado!”. Pero eso es una mentira. Estamos invadiendo su espacio. Nuestra sociedad está hecha para nosotros, no para el indígena. El arquitecto blanco no diseñó ningún espacio para el indígena.
Una vez que estableces contacto, comienzas a destruir su universo. El indígena no puede evaluar las falsas ilusiones de nuestro mundo. Cuando les mostramos nuestras ilusiones, ven un bazar enorme con un montón de azulejos brillantes. “Es un mundo maravilloso”, dicen. “Aquí todo me será dado”. Es un engaño. El indígena pierde el estado de gracia de un hombre que está tan integrado en su entorno que es hermoso y puede conducirse con orgullo.
Y, por todo ello, comencé a luchar para cambiar las políticas establecidas por otras de no contacto. Comencé a convencer a aquellos que se encontraban en el poder de que el Estado tiene la obligación de proteger a las personas, los restos moribundos de sociedades que una vez estuvieron compuestas por miles de personas, que no son capaces de defenderse frente a una sociedad mucho más poderosa.
Mis creencias siguen siendo igual de fuertes hoy en día. Cuando un pueblo está aislado y en paz, cuando no hay nada que lo amenace, ¿por qué tenemos que establecer contacto? ¿Sólo porque sabemos que existen? A menudo dejan claro que persiguen ese aislamiento, así que el primer derecho de los indígenas aislados es permanecer así. Cuando más tiempo puedan permanecer los indígenas sin ser contactados, mayor será el tiempo del que dispondremos para replantearnos los derechos de los indígenas a la salud, la paz y la libertad: en resumen, el derecho a la felicidad.
Las sociedades capaces de fabricar aviones y cohetes necesitan desarrollar nuevos ideales que respeten de manera sincera a los indígenas aislados. ¿Concederá el mundo su derecho a la libertad a los últimos grupos no contactados que quedan? ¿Podemos impedir que nuestra enorme parafernalia tecnológica (tractores, comunicaciones, transportes) destruya sus entornos?
Cuando se produzca contacto en el futuro, ¿será más fraternal, más humano, y menos violento?
Este artículo apareció por primera vez en el libro de Survival “Somos uno: un homenaje a los pueblos indígenas”, con material adicional extraído de la entrevista de Adrian Cowell a Sydney Possuelo. “Somos uno” está a la venta en la web de Survival.