Bajo la sombra de Kaziranga
Por Fiore Longo, investigadora de Survival International, marzo de 2018.
Este artículo fue publicado en El Huffington Post
La mujer hablaba lentamente, casi susurrando, y me miraba a los ojos. De repente se detuvo. Aunque yo no entendía ni una palabra de cuanto contaba, me emocioné igual. Y, por primera vez desde el comienzo de mi viaje a la India, sentí miedo. En ese momento mi traductor me explicó: “No puede, no puede continuar”. “¿Pero, qué decía?”, pregunté. “Te lo explicaré más tarde, vámonos”, respondió.
Aquella noche entendí tantas cosas… Entendí por qué en Kaziranga las entrevistas se hacen siempre dentro de casa y de noche. Entendí por qué la gente miraba siempre a su alrededor cuando yo les hacía preguntas ingenuas sobre su vida cotidiana en las aldeas. También por qué mi intérprete no quiso entregarme la traducción de las entrevistas hasta el día en que me fui. Entendí, además, por qué ciertas cosas no debían ser preguntadas y las razones de los silencios y las miradas. Entendí por qué en aquel lugar del mundo nombrar la “caza furtiva” es una mala práctica que puede costarte la vida…
La mujer se llama Horumai Saonra. Tiene dos hijos y un padre enfermo a su cargo. Es hermosa en su mirada orgullosa y sufrida; la misma mirada que comparte con muchos de los miembros de las denominadas tribus del té: comunidades de la India central llevadas hace siglos al estado de Assam para cultivar el té de Su Majestad la Reina de Inglaterra. Al esposo de Horumai, Dipen Saonra, lo asesinaron hace tres años.
La última vez que le vieron se dirigía a trabajar para el Departamento de Bosques. “Ellos le habían llamado por teléfono para ir a trabajar”, explica su tío. “El hombre que lo llamó era un guardaparques”. Tres días después de su desaparición la familia acudió a la policía, que acabó deteniendo al guarda. Fue él quien señaló el pozo donde arrojaron a Dipen. Cuando finalmente recuperaron su cuerpo sin vida “el hedor era insoportable”. La familia aún no ha podido obtener el certificado de defunción ni la indemnización que el Departamento había prometido. Al parecer, un funcionario amenazó a la familia: si no retiran la queja, ¡no recibirán nada!
Miro detenidamente las anotaciones en papel con las traducciones escritas por mi intérprete. Las releo varias veces, incrédula. Historias como esta se repiten de una aldea a otra y, tras el cuento de hadas conservacionista sobre el que parece flotar el Parque de Kaziranga, va emergiendo un inquietante lado oscuro. En nombre de la lucha contra la caza furtiva muchas tribus inocentes son sometidas a torturas, ejecuciones extrajudiciales, abusos y detenciones ilegales. Los lugareños responden a mi consternación con la sencillez de quienes se han acostumbrado a la banalidad del mal: “Incidentes de este tipo están aquí a la orden del día”. Ellos los denominan “incidentes”; yo los llamaría crímenes.
¿Qué está ocurriendo en Kaziranga?
“Muchos muchachos se marchan por temor a ser torturados. Es por eso que no ve a ningún hombre joven, aquí, en el pueblo”, explica enojada una mujer mising. “Los acusan de cazar furtivamente y se los llevan”.
Kaziranga era la tierra ancestral de los mising y los karbi mucho antes de convertirse en una Reserva Forestal en 1905. Para albergar el área protegida que ambicionaban los colonizadores ingleses estos pueblos fueron expulsados del territorio, a pesar de haber convivido en equilibrio con el medioambiente durante generaciones. Con el tiempo, los límites del parque se han ido expandiendo y cada nueva ampliación ha venido acompañada de nuevas expulsiones. Este fenómeno se sigue repitiendo hoy en día.
La comunidad de Kaziranga sabe que si el parque alberga una gran variedad de especies de plantas y animales es gracias a su sabia gestión milenaria. Pero para el Departamento de Bosques y para las organizaciones conservacionistas que lo apoyan los pueblos indígenas y tribales del Estado de Assam son “encroachers”, es decir, invasores.
“El Departamento de Bosques ha devorado nuestra tierra ancestral. Nosotros hemos cuidado de los pájaros y los animales, pero ellos nos están echando”, se queja un hombre karbi.
La expulsión de sus tierras ancestrales es solo uno de los abusos que engrosan la larga lista de violaciones cometidas contra los pueblos tribales en la India en nombre de la conservación del tigre y otras especies protegidas.
En nombre de la conservación de la naturaleza
Las aldeas de los pueblos tribales abrazan los límites del parque, pero la línea de demarcación no siempre es clara. A menudo no hay vallas o carteles que señalicen el área protegida y, en cualquier caso, los animales que los habitantes locales llevan a pastar no podrían leerlos. Sin embargo, para los pueblos tribales conocer estos límites es de primera necesidad porque ello puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
Gaonbura Kealing tenía 25 años cuando lo mataron. A este joven indígena con discapacidad lo asesinaron a tiros cuando trataba de acceder al Parque Nacional de Kaziranga en busca de una vaca que se le había extraviado. El Departamento de Bosques sigue argumentando que era un cazador furtivo.
Dentro del parque, los guardas disfrutan de poderes extraordinarios. Están armados y han sido instruidos para disparar en el acto contra los intrusos. Un informe de 2014 del exdirector del parque lo afirma explícitamente. De hecho, dos de las máximas utilizadas durante los entrenamientos para combatir la caza furtiva son: “Debes obedecer o ser asesinado” y “Mata al indeseado”. Además de estos poderes propios de zonas en guerra, los guardas forestales también gozan de inmunidad legal efectiva frente a enjuiciamientos.
Alrededor de Kaziranga se desarrolla una guerra silenciosa donde se entrelazan factores internos y externos para que los ganadores habituales vuelvan a ganar y los perdedores de siempre vuelvan a perder. Pierden los pueblos tribales, pero pierde también la naturaleza misma. Confluyen todos los ingredientes para que se desencadene una verdadera bomba de relojería.
Kaziranga es el hogar de dos tercios de la población mundial de rinocerontes de un solo cuerno, considerados una especie vulnerable por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN, según sus siglas en inglés). Su cuerno es particularmente apreciado por su supuesto poder curativo, o simplemente por su rareza: por 100 gramos, vietnamitas y chinos están dispuestos a pagar más de 6.000 dólares. Para defender a este precioso animal del furtivismo hay personal poco cualificado y mal remunerado, pero armado, protegido por la inmunidad y autorizado a decidir sobre el derecho a la vida o la muerte de la población local. Las consecuencias inevitables son las ejecuciones extrajudiciales: para los presuntos cazadores furtivos no hay detenciones, no hay juicios, jueces o jurados, ni oportunidad de apelar. En los últimos tres años, medio centenar de personas han sido ejecutadas extrajudicialmente, de las cuales muchas eran personas indígenas inocentes.
En julio de 2015 un guardabosques disparó a un niño indígena que regresaba a casa de una tienda de comestibles, dejándolo lisiado de por vida. Tenía solo siete años. Su padre pasó más de cinco meses en el hospital mientras su esposa permanecía en el hogar familiar cuidando de sus otros hijos. Durante todo ese período, no pudo trabajar. La compensación que el Departamento de Bosques dio a la familia no fue la cantidad prometida. Y en cualquier caso nada podrá compensar que su hijo haya perdido la movilidad plena de sus piernas. En el cansancio reflejado en su rostro se lee una sensación de impotencia y, sin embargo, aún tiene fuerzas para denunciar lo que sucede alrededor del parque: “No se trata solo de mi hijo, agarran a los chicos por las calles y los matan; al día siguiente dicen que eran cazadores furtivos”.
Estas graves violaciones de los derechos humanos vienen siendo justificadas por la urgencia de la situación. “El tráfico ilegal de cuerno de rinoceronte tiene que parar”, dijo uno de los responsables de WWF India, durante una entrevista con la BBC. WWF ha entrenado y equipado a guardaparques con técnicas de “combate y emboscada”. Sin embargo, las cifras del fenómeno, por tristes que sean, no parecen justificar medidas tan sumamente extremas. Paradójicamente entre los años 2000 y 2008, cuando los guardas no contaban oficialmente con inmunidad ni recibían órdenes de disparar en el acto, en el parque fueron asesinados unos 57 rinocerontes; el mismo número de animales muertos en los últimos tres años, en tanto que el número de personas asesinadas debido a esta práctica ha aumentado dramáticamente: solo en el 2015 murieron más personas que rinocerontes, 23 sospechosos frente a 18 animales.
A menudo estos actos de violencia se justifican bajo el concepto de “legítima defensa”. Durante una entrevista para Radio France International, el Director Asociado de WWF India dijo: “Quizás ha habido muertos, y eso es muy lamentable. Pero hay que entender que esos guardabosques hacen un trabajo muy peligroso”.
Según muchos defensores de la militarización de la conservación de la naturaleza, los cazadores ilegales estarían equipados con AK-47, rifles de asalto resistentes. Los AK-47 no son armas muy precisas, y ningún cazador furtivo las usaría para cazar a distancia un rinoceronte. Sin embargo, son armas mortales en el conflicto entre seres humanos y están relacionadas con el terrorismo. Invocar su nombre permite vehicular la idea de que los cazadores furtivos están conectados con grupos terroristas locales e internacionales. Sin embargo de las cifras oficiales del parque se extrae que en los últimos diez años, de los más de 542 sospechosos cazadores furtivos que han sido detenidos o asesinados, solo un AK-47 ha sido confiscado. Las mismas estadísticas oficiales también nos dicen que en los últimos veinte años los guardabosques han matado a 106 personas frente a un solo guardabosques asesinado por un cazador furtivo mientras estaba de servicio.
Por mucho que el trabajo de los guardaparques pueda ser difícil o peligroso, según el derecho internacional y los convenios que el Gobierno de la India ha ratificado, existen derechos humanos fundamentales e inderogables, y aquel contra la tortura es uno de ellos. No hay justificación a la que aferrarse.
“El departamento de bosques me torturó, me golpeó y me dio descargas eléctricas en los codos, las rodillas y las partes íntimas”, me dijo un hombre que fue golpeado por funcionarios del parque. Pensaron que era un cazador furtivo; luego lo liberaron. El hombre denunció lo sucedido a la policía, pero no se iniciaron demandas contra los autores.
La política de disparar en el acto ha sido criticada no solo por sus implicaciones para los derechos humanos, sino también porque es ineficaz para fines conservacionistas. Según Rory Young, experto y cofundador de la ONG Chengeta Wildlife: “Disparar en el acto es estúpido. Si hubiéramos disparado en el acto durante esta última operación encubierta, habríamos pegado tiros a un puñado de cazadores furtivos y ahí habría acabado todo. Cada furtivo ofrece una oportunidad de conseguir información para capturar a más cazadores furtivos e ir tensando la cuerda hasta llegar a los cabecillas”.
De hecho, disparar en el acto no afecta a los verdaderos cazadores furtivos, que son criminales que conspiran junto a funcionarios corruptos. La complicidad de los trabajadores de cuello blanco es un fenómeno bien conocido, que data de hace más de 150 años, y ha sido confirmado por un informe reciente de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, World Wildlife Crime Report: Trafficking in protected species, según el cual en muchas partes del mundo hay funcionarios corruptos, y no indígenas, en el centro de los crímenes contra la vida silvestre. En el mismo parque de Kaziranga, en 2016, cuatro miembros del personal del parque fueron arrestados por su presunta participación en la caza furtiva del rinoceronte.
Mientras hojeo, conmocionada y consternada, las páginas de mi cuaderno cada vez más parecido a una historia de terror, me pregunto si culpar a los pueblos locales y asesinar a personas inocentes acusándolas de caza furtiva no será una estrategia de los guardaparques para tratar de confundir las aguas y escapar de los arrestos.
Pero perseguir a los cazadores indígenas no solo desvía la atención y evita que se actúe contra los verdaderos furtivos, criminales que conspiran junto a funcionarios corruptos, sino que además perjudica la conservación de la naturaleza ya que está destruyendo a los mejores aliados del medioambiente. Lejos de destruir el bosque, los pueblos indígenas saben cuidar el medioambiente mejor que nadie.
Se puede decir que somos nosotros quienes hemos mantenido vivo Kaziranga. Si no estuviéramos en el bosque, no habría ni rinocerontes ni tigres. Tratamos a los animales silvestres como si fueran nuestras mascotas. Creemos que son nuestros animales, pero el Departamento de Bosques abusa de nuestros derechos, nos dice que somos cazadores furtivos, que robamos peces. Si hubiéramos hecho todas estas cosas, Kaziranga no habría sobrevivido".
A la sombra de esta guerra que se libra en nombre de la conservación de la naturaleza, los pueblos tribales de Kaziranga intentan llevar una vida lo más normal posible, aunque con miedo y en silencio. Mientras tanto, alrededor de 170.000 turistas visitan el parque cada año, desconocedores de su lado oscuro.
“Hay muchos centros turísticos en Kaziranga. El Gobierno les permite quedarse. Nosotros en cambio ni siquiera podemos tomar una rama seca sin ser acusados o torturados”.
Algunas flores solo perfuman por la noche
El Parque de Kaziranga y nuestro planeta necesitan un modelo de conservación medioambiental que respete los derechos de los pueblos indígenas. Para los pueblos indígenas y tribales la tierra no es un elemento a explotar, sino un universo que hay que sostener y mantener en equilibrio, al cual el ser humano pertenece como cualquier otro ser vivo. Defenderlo es sencillamente su forma de vida, y no un deber, ya que de su salud depende su propia supervivencia y la de las generaciones futuras.
Cuando el sol se pone, el verde intenso del pasto se cierne más que nunca contra el sombrío letargo de Brahmaputra, el dios-río de las tribus mising. Es entonces cuando el parque se vuelve más peligroso para nosotros los turistas porque, como sostiene el exdirector, la noche es el momento favorito de los cazadores ilegales. Pero para los pueblos indígenas la oscuridad de su bosque no es una amenaza, sino un descubrimiento: “Huele el aire”, me dice un mising, “¿Percibes ese aroma? Hay flores que solo perfuman de noche”. Ellos lo saben, nosotros no. Por una vez, deberíamos tratar de escucharlos.
Participa en el boicot turístico a las reservas de tigres de la India para acabar con estos abusos.
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