"Tenemos nuestra propia habla"
Con motivo del Día Internacional de la Lengua Materna, Survival explora las lenguas indígenas del planeta: desde las conversaciones codificadas de los choctaws durante la Primera Guerra Mundial, hasta los curanderos bolivianos itinerantes que hablan en el dialecto de los Reyes Incas. Y revela por qué una lengua desaparece cada dos semanas.
Hacia el final de la Primera Guerra Mundial el ejército alemán se había convertido en un auténtico experto del descifrado de códigos radiofónicos de las Fuerzas Aliadas. Con el fin de evitar que el enemigo “escuchara”, las Fuerzas Expedicionarias Americanas alistaron a indígenas choctaws para transmitir mensajes tácticos en su idioma nativo. Ello confundió al enemigo y condujo a un destacado éxito operativo. Así pues, los oficiales choctaws desempeñaron un rol clave durante la guerra, y todo ello a pesar de que aún no habían sido reconocidos como ciudadanos de los Estados Unidos. También se convirtieron en los primeros “mensajeros en clave” del ejército estadounidense.
Avanzamos hasta la Segunda Guerra Mundial cuando los nativos americanos, mensajeros en clave, se vieron involucrados en buena parte de las principales operaciones en el Pacífico. De hecho se cree que de no ser por la implicación del pueblo indígena navajo en la transmisión de información táctica en su idioma, Iwo Jima habría permanecido en manos japonesas. Pero en aquel momento se toparon con un problema: ¡el léxico navajo no contaba con vocabulario sobre armamento militar! Así que como solución se sirvieron de palabras familiares para describir términos como avión de combate (colibrí), bombas (huevos) o acorazado (ballena). Ingenioso, ¿verdad? Sin embargo, hasta noviembre de 2013 la labor de estos “mensajeros en clave”, provenientes de 33 pueblos nativos americanos, no fue reconocida y premiada con Medallas de Oro del Congreso de los Estados Unidos (concedidas en buena parte a título póstumo).
Más recientemente, la lengua de los navajos también se utilizó para transmitir los mensajes, esta vez, de una batalla ficticia que acontecía en Star Wars, la aclamada saga cinematográfica de Hollywood. Star Wars, Episodio IV: Una Nueva Esperanza se dobló en el idioma de los navajos en 2013. Con un porcentaje cada vez menor de jóvenes navajos hablantes de su lengua materna, la película ha sido alabada como una vía para preservar este idioma.
La mayoría de las lenguas tribales están desapareciendo más rápido de lo que se pueden registrar. Los lingüistas del Instituto Lengua Viva para Lenguas en Peligro creen que, de media, desaparece un idioma cada dos semanas. En 2100 más de la mitad de las 7.000 lenguas que se hablan en el planeta, muchas de ellas aún sin registrar, podrían haber desaparecido. El ritmo de su declive es mayor incluso que el de la extinción de especies, y aun así muy pocas lenguas tribales han sido registradas.
“El riesgo de desaparición de una lengua es casi siempre el resultado de la discriminación y de los prejuicios”, explica Greg Anderson, director del Living Tongues Institute (Instituto de Lenguas Vivas). La desaparición de idiomas es, a menudo, consecuencia de imposiciones opresivas de los poderosos sobre los marginados, los maltratados y las minorías.
La pérdida de un idioma daña profundamente la identidad y los modos de vida de los afectados. Está también asociada a algunas de las políticas asimilacionistas más dañinas y crueles, como las que fuerzan la escolarización y la separación de las niñas y niños indígenas de sus familias.
“Con la expulsión de los pueblos indígenas y tribales de sus tierras y la obligación de sus niños de abandonar sus comunidades para integrarse en sistemas educativos que abandonan toda sabiduría tradicional; con las guerras, la urbanización, el genocidio, las enfermedades, la usurpación de tierras por medios violentos y la globalización que amenaza a estas personas con la extinción, las lenguas tribales del mundo están muriendo. Y con la desaparición de las tribus y la extinción de sus lenguas, algunas partes únicas de la sociedad humana se convierten en meros recuerdos”, resume Stephen Corry, director de Survival International, la organización que defiende los derechos de los pueblos indígenas y tribales en todo el mundo.
En el oeste de Brasil, entre las enormes extensiones amarillas y secas de los campos de soja del estado de Rondônia, donde se ve el humo en el horizonte y el olor a madera quemándose siempre está en el aire, aún existen pequeñas parcelas de selva exuberante e intacta. Aquí viven los cinco miembros restantes del pueblo indígena, una vez próspero y aislado, de los akuntsus.
Su población comenzó a disminuir con la construcción de una carretera principal a través de Rondônia en 1970. Esto tuvo como consecuencia varias oleadas de ganaderos, madereros, especuladores de la tierra y colonos que ocuparon el estado. Todos ellos estaban hambrientos de tierras, a cualquier precio. Los ganaderos destruyeron el hogar en la selva de los akuntsus, trataron de esconder esa destrucción, y contrataron a pistoleros para asesinar a los habitantes. Los miembros que sobrevivieron huyeron a la selva, donde permanecieron, traumatizados, hasta que se estableció contacto con ellos a mediados de la década de los 90. Desde entonces, los lingüistas han estado trabajando con este pueblo para lograr entender su lengua, con la esperanza de que un día los akuntsus podrán no sólo contar su trágica historia, sino también compartir los conocimientos que sus palabras recogen.
Los lingüistas también trabajaron para entender la lengua de dos hombres que en 1987 emergieron desnudos de una zona selvática entre los ríos Xingú y Tocantins de Brasil. Se les conoce como Aurê y Aurá, o los “indígenas errantes del río Tapirapé”. Los lingüistas creían que su idioma pertenecía a la familia tupí-guaraní, pero cuando contrataron a indígenas bilingües para hablar con Aurê y Aurá e identificar a sus antepasados, tampoco fueron capaces de entenderlos. Según el antropólogo William Balée, Aurê y Aurá se expresaban de forma “agitada y atropellada”, y más tarde escribió: “quedó claro que algo terrible les había ocurrido, tiempo atrás”. Qué sucedió, quiénes eran los “indígenas errantes del río Tapirapé” y qué idioma hablaban, sigue siendo un misterio. Solo uno de los dos hombres sobrevive en la actualidad.
Más al norte, en el estado de Maranhão, entre la selva ecuatorial de la Amazonia en el oeste y las sabanas del este, viven los indígenas awás. Llaman a su tierra ancestral Harakwá, o “el lugar que conocemos”. Pero en la actualidad los awás son la tribu más amenazada de la Tierra. Durante las últimas cuatro décadas han presenciado la destrucción de su hogar (más del 30% de uno de sus territorios ha sido arrasado) y el asesinato de su pueblo a manos de los karaí, o no indígenas. En 2012 Survival lanzó una campaña urgente para proteger las vidas y las tierras de los awás, pero casi un año después la situación sigue siendo tan grave que un juez federal de Brasil la ha descrito como un “verdadero genocidio”. Y puesto que su existencia misma está en peligro, también lo está su lengua.
El destino de las lenguas indígenas es el mismo en todo el mundo. Antes de que los europeos llegaran a América y Australia, en cada país se hablaban cientos de lenguas complejas. Se piensa que cuando el capitán Cook llegó a Australia se hablaban allí 1.000 lenguas distintas. Hoy se utilizan cotidianamente menos de veinte; tanto la lengua yurok de California como el yawuru de Australia Occidental no cuentan con más de un puñado de hablantes. Entre los indígenas pies negros de las llanuras del noroeste de Norteamérica es extraño encontrar a una persona de menos de veinte años que hable su lengua nativa, el siksika: la mayoría de los hablantes son grupos menguantes de ancianos. La última hablante de la lengua bo, en las islas Andamán, murió en 2010. Cerca de 55.000 años de pensamientos e ideas, y la historia colectiva de todo un pueblo perecieron con ella, y también sus cantos.
Cuando las lenguas se convierten en algo exclusivo de los ancianos, los sistemas de conocimiento inherentes a ellas peligran. Para el resto del mundo, esto significa que modos únicos de adaptarse al planeta y de responder de forma creativa a sus retos se van a la tumba con sus últimos hablantes. En esta época de inseguridad ecológica, esto supone una gran pérdida.
De hecho, a los niños no se les habla en muchas de las lenguas indígenas del mundo. Impedir a un pueblo indígena comunicarse en su propio idioma es desde hace mucho una política adoptada por las autoridades dominantes para marginar sus modos de vida. Entre las décadas de los años 50 y los años 80, las autoridades soviéticas de Siberia intentaron suprimir las tradiciones de los pueblos indígenas del país enviando a los niños indígenas a escuelas donde no les enseñaban sus propias lenguas; a algunos niños incluso se los castigaba si se atrevían a hablar en ellas.
En Canadá, los niños inuit tuvieron que abandonar sus hogares para ser enviados a internados, donde recibían palizas si se comunicaban en su lengua materna. “No esperaba que me pegasen en ese momento, pero lo hicieron”, dice George Gosnell, un hombe inuit. “Fui al despacho del director y me pegaron por usar nuestra lengua”. En las comunidades innu de Canadá, aunque ahora se enseña un poco en innu-aimun, la lengua innu, la mayoría de la enseñanza se imparte en inglés o francés. “Los niños no nos entienden hoy en día cuando usamos viejas palabras innu”, contó un hombre innu a un investigador de Survival International, “y no podemos traducirlas, porque no los entendemos”.
Y, sin embargo, la comprensión lo es todo en entornos naturales duros. Entender una lengua y el conocimiento y la información que contiene es equivalente a sobrevivir: la tierra, la vida y la lengua están íntimamente relacionadas para la mayoría de los pueblos indígenas. En sus vocabularios, que se pasan de generación en generación, están codificados los secretos para sobrevivir en los desiertos de África, los hielos del Ártico o las selvas de Papúa Nueva Guinea. “Yo no puedo leer libros”, dice el bosquimano gana Roy Sesana de Botsuana. “Pero sé cómo leer la tierra y los animales. Todos nuestros niños lo saben. Si no lo supieran, habrían muerto hace tiempo”.
Las lenguas de Boa, de los innu-aimanes, de los penanes, de los akuntsus, de los siksikas, de los yanomamis o de los yawurus son ricas como resultado de miles de años de observación, descubrimientos y aspectos de la vida que son fundamentales para la supervivencia de esas comunidades… Y de todo el mundo. “El modo cazador-recolector de estar en el mundo, la forma en que conocen y hablan sobre él, depende de un conocimiento detallado y específico”, señala el antropólogo Hugh Brody. La lengua eveny, por ejemplo, tiene al menos 1.500 palabras referidas al color y las formas de los renos, las partes del cuerpo del animal, los arneses, sus enfermedades, dietas y estados de ánimo. El lingüista K. David Harrison escribe en su libro Cuando mueren las lenguas: “Cuando perdemos una lengua, perdemos siglos de pensamiento humano acerca del tiempo, las estaciones, las criaturas marinas, los renos, las flores comestibles, las matemáticas, los paisajes, los mitos, la música, lo desconocido y la vida cotidiana”.
La mayoría de las lenguas indígenas, sin embargo, no se encuentran en los libros. Ni en Internet. Ni, de hecho, en ninguna documentación, ya que la mayoría de ellas se han transmitido de manera oral. Pero esto, por supuesto, no las hace menos válidas, o relevantes. Las lenguas orales también graban su historia paralela. “La verdadera historia de Australia nunca se lee”, escribió un poeta aborigen. “Pero el hombre negro la guarda en su cabeza”, un pensamiento que encuentra ecos en la simple afirmación de la mujer bosquimana Dicao Oma: “Tenemos nuestra propia habla”.
De la misma forma, los kallawayas de Bolivia, sanadores itinerantes de los que se cree fueron los curanderos naturópatas de los reyes incas, y que aún viajan a través de los valles andinos y las altas mesetas en busca de hierbas tradicionales, también tienen su propia “habla”: una lengua familiar secreta que se ha pasado de padre a hijo, de abuelo a nieto. Algunas personas creen que esta lengua, llamada machaj juyai o “lengua del pueblo”, era el idioma secreto de los reyes incas, y que está enlazado con las lenguas de la selva amazónica, a la que los kallawayas solían viajar para encontrar materiales para sus tratamientos.
En la era de la tecnología, hay alguna esperanza de revivir el kallawaya y otras lenguas que se desvanecen en el mundo, a medida que la gente recurre a Internet como herramienta para la revitalización idiomática. Un buen ejemplo es el quechua, la lengua indígena más hablada en Sudamérica. Su lento declive se extiende en el tiempo. Pero después de que Google lanzara un buscador en quechua, y Microsoft produjera versiones de Windows y Office, está reviviendo. El estudioso Demetrio Túpac Yupanqui ha traducido, incluso, el Quijote a quechua, su lengua materna.
En la actualidad las nuevas tecnologías facilitan documentar y salvar lenguas antiguas: por ejemplo, con textos de teléfonos móviles, redes sociales como Twitter o aplicaciones para iphone. En 2012, iTunes ofrecía la App FirstVoices (aplicación PrimerasVoces), que proporcionaba teclados aptos para un centenar de lenguas indígenas y permitía así a jóvenes indígenas comunicarse a través de las redes sociales en sus respectivos idiomas. Wikipedia dispone también de una incubadora para alentar proyectos en nuevas lenguas. A comienzos de 2014, las aplicaciones web de Office comenzaron a estar disponibles en lengua cherokee.
Al fin y al cabo, la muerte de las lenguas indígenas no es importante sólo para la identidad de sus hablantes (como dijo el lingüista Noam Chomsky, una lengua es “un espejo de la mente”), sino también para todos nosotros, para nuestra humanidad compartida. Las lenguas indígenas son lenguas de la tierra, llenas de información geográfica, ecológica y climática compleja que, aunque está basada en el ámbito local, es universalmente significativa. Por ejemplo, el hecho de que los inuits de Canadá no tengan solo una palabra para “nieve”, sino muchas, demuestra cuán en sintonía están con su medio ambiente, y por tanto con los posibles cambios en él. Una habilidad que, probablemente, hayan perdido muchas personas “urbanizadas” por su alejamiento del mundo natural.
Pero las lenguas también nos permiten conocer cuestiones espirituales y sociales, ideas sobre lo que es ser humano, sobre la vida, el amor y la muerte. Del mismo modo que las curas a las enfermedades de la humanidad esperan ser encontradas en las plantas de la selva, las lenguas indígenas también contienen muchas ideas, percepciones y soluciones sobre y para la interacción entre los seres humanos y con el mundo natural. Las lenguas son mucho más que meras palabras: son lo que sabemos, y lo que sabemos que somos.
“Dicen que nuestra lengua es simple, que debemos abandonar nuestra simple lengua para hablar la vuestra”, escribió el inuit Simon Anaviapik. “Pero esta lengua mía, tuya, es lo que somos y lo que hemos sido. Es el lugar donde encontramos nuestras historias, nuestras vidas, nuestros ancestros; y también debería ser el lugar donde encontrar nuestro futuro”.
En Madrid dicen “hacer” y en Lima “haser”. La diferencia es sutil. Y sin embargo, alrededor del mundo, desde el Amazonas al Ártico, los pueblos indígenas y tribales lo dicen de 4.000 maneras completamente distintas.