La investigadora de Survival Sophie Grig relata su experiencia junto a los orang rimbas en las selvas de Indonesia.

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La investigadora de Survival Sophie Grig relata su experiencia junto a los orang rimbas en las selvas de Indonesia.

“Nos enorgullece tener la selva todavía”, me contaba Temenggung Grip, un alto orang rimba, al mostrar la vasta extensión arbolada.

“Estamos orgullosos de ser orang rimbas, todo eso de lo que hemos hablado aún existe, la gente pregunta sobre los tigres, quiere saber cuán grandes son, a qué se parecen, y nosotros lo sabemos, los hemos visto. Vemos a muchos animales dentro del parque, conocemos todo esto de primera mano.”

Tal vez inevitablemente, su pensamiento se posa en realidades menos placenteras: “Hay tanta degradación y deforestación a nuestro alrededor, pero todavía tenemos nuestra selva.”

Un rápido vistazo a un mapa de la zona nos muestra lo afortunados que son los orang rimbas por conservar aún su selva. Después de años de presión, en el año 2000 una zona selvática fue oficialmente declarada Parque Nacional. Este parque es único en Indonesia, ya que su finalidad no solo consiste en proteger el medioambiente, sino también en preservar la selva para los orang rimbas. Allí pueden cazar, recolectar y plantar en el parque, tal como vienen haciendo desde hace generaciones. Pero se trata tan solo de una pequeña isla en medio de un mar de plantaciones, rodeada de destructivas agroindustrias.

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Esta es realmente la primera línea de batalla por salvar lo que queda de las selvas de Indonesia y a quienes las habitan. Todo alrededor del parque son hectáreas y hectáreas de plantaciones, en su mayoría de árboles del caucho, acacias para la industria papelera y palmas de aceite. No hay maleza ni flora o fauna silvestres, tan solo interminables hileras de árboles y puntuales puestos de control vigilados. Como visitante, no puedes si no sentirte intimidado en cada recodo del camino, y los orang rimbas sienten esto mismo de forma más intensa que nadie.

“En el bosque nos despertamos con el sonido de los pájaros y los animales, pero aquí…”, me explicaba Temenggung Grip, señalando las casas que el Gobierno ha construido para su comunidad en un centro de transmigración, “… aquí nos despierta el ruido de las máquinas, como el tubo de escape de una motocicleta potente, y estamos muy asustados.”

No todos los orang rimbas tienen la suerte de vivir en el parque. Muchos de sus aproximadamente 4.000 integrantes viven fuera de él; unos pocos en casas gubernamentales con paredes de amianto, que no les aseguran la calidad de vida a la que están acostumbrados. Otros se ven obligados a acampar en las plantaciones de palma de aceite o junto a la carretera. Muchos quedan abocados a mendigar para sobrevivir.

“Hay tantas diferencias entre nosotros y los de fuera”, reflexionaba Temenggung Grip, “nuestra manera de vivir, la clase de alimentos que comemos… Y las casas: nosotros solo vivimos en casas pequeñas.”

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Los orang rimbas mantienen un fuerte sentido de pertenencia con su tierra y con los seres vivos que la habitan. En comparación con los poblados gubernamentales, su vida dentro del parque es idílica: viven de acuerdo con estrictas tradiciones y profesando una profunda veneración por el bosque. Ya lejos de la atmósfera opresiva de las plantaciones, de inmediato me sentí más tranquila, al escuchar los sonidos de los pájaros y los monos y volviendo a percibir la vida que me rodeaba.

Aludiendo a la abundancia de comida que la tribu recolecta en la selva, el también orang rimba Njelo me dijo: “Cuando estamos en el bosque tenemos tantos alimentos y tanta variedad. Y hay tantas cosas que hacer, como cazar, plantar, buscar sangre de dragón [una resina que utilizan para preparar un precioso tinte] y ratán [para hacer cestas].”

Los árboles son fundamentales para la sociedad de los orang rimbas. Algunos de los principales rituales de la tribu giran alrededor de ellos. Cuando nace un orang rimba, entierran su cordón umbilical en el rico suelo del bosque y plantan sobre él un árbol sentubung. Cada persona mantiene un vínculo sagrado con ese árbol durante toda su vida, registrando su edad a medida que crece y protegiéndolo celosamente de cualquier ataque o intento de tala. Para los orang rimbas, cortar un árbol natalicio equivale a un asesinato.

Asimismo, en la primera época de la vida de todos los orang rimbas, un chamán extrae un trozo de corteza de un árbol senggeris y lo utiliza para decidir su nombre. Por tanto, estos árboles se precian como el origen de cada persona en la identidad única de la tribu y tan sagrados como los árboles natalicios.

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Siempre me han asombrado los conocimientos de ecología que tienen las tribus indígenas, dondequiera que las haya visitado, y los orang rimbas no son una excepción. Se mostraron muy preocupados por el impacto de la agricultura del aceite de palma en el territorio que rodea la selva, pues saben por experiencia que agota los nutrientes del suelo e impide que crezca alguna otra cosa en él. Son instintivamente precavidos ante los foráneos, conscientes de los efectos que pueden tener en los delicados ecosistemas o de las enfermedades que pueden introducir en una comunidad. Yo tuve que dormir en un campamento separado, apartado del poblado que visité, ya que mi condición de extranjera suponía un estricto tabú.

Es comprensible que sean cautelosos. Los orang rimbas saben que les espera un futuro incierto. Las empresas ya han talado buena parte de su selva y la han sustituido por lóbregas plantaciones; el Gobierno quiere alojarlos en viviendas permanentes y les anima a abandonar su religión. Temen que en algún momento del futuro el Gobierno cambie de opinión y los expulse del parque, como viene sucediendo en muchos otros países por todo el mundo.

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“Tenemos miedo de que si nos echan del parque acabemos como mendigos sin techo”, me explicaba Temenggung Grip, quien cree firmemente que mientras los orang rimbas puedan seguir siendo los guardianes de su selva, esta sobrevivirá y la tribu tendrá el futuro asegurado.

“Puedes levantarte y observar el Parque Nacional, ¡verás tantos árboles! Es la prueba de que protegemos el bosque”, exclamaba, con un deje de orgullo en la voz. “Queremos que los animales vivan, construimos una frontera con los árboles de caucho para que los vecinos no talen los árboles que rodean el parque.”
 
Los orang rimbas están firmemente decididos a proteger su selva y la vida que se han construido dentro de sus lindes. Después de visitarles y comprobar con mis propios ojos, una vez más, cuan excelentes conservacionistas son estos indígenas, estoy firmemente convencida de que hay que dejarles hacer.

Artículo escrito por Lewis Evans en conversación con la investigadora de Survival Sophie Grig.


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